El 77,26% de la producción de coco en Ecuador sale de Esmeraldas, le sigue Manabí con el 18,72%. En San Lorenzo, un Guardián de vida se esfuerza para que el coco no muera.
El coco es parte del ADN del esmeraldeño. Lo tienen presente en la mayoría de sus momentos. Está en el ‘encocao’, un plato típico de los afros, quienes para lograrlo rallan el coco, luego —en la ciudad— lo licúan o —en el campo— le sacan el zumo con la presión de sus manos. Ese extracto lo mezclan con pescado, con el camarón, la concha. Mientras se prepara a fuego lento le van colocando la chuyangua, la sal y otros ‘truquitos’ del sabor propios del grupo de hombres y mujeres descendiente de esclavos.
Arquímedes Sánchez no es de los que prepara ‘encocao’, ni de los que hace artesanías con la corteza, o hace jugo de coco, aceite, cocada, dulces… él de los que, desde el campo, se encarga de que el coco siga vivo. Su trabajo es de paciencia y resistencia física. Paciencia, porque tiene que esperar entre 4 y 5 años desde la siembra hasta la cosecha.
Después, todo es alegría, cada 15 días la palmera empieza a parir entre 30 y 40 cocos, algunos están al alcance de las manos, en cambio otros, los de la primera generación, viven a 12 metros del suelo y bajarlos es todo un reto físico.
“Se usa un podón, una especie de gancho que ponemos en un palo largo y con eso bajamos los cocos”, detalla Arquímedes, nuestro Guardián de Vida, quien allá, en la comunidad de El Progreso, del fronterizo cantón de San Lorenzo, en el norte de Esmeraldas, en Ecuador, desde hace más de 35 años cada mañana navega por el río Najurungo hasta llegar a los guandales donde tiene su cocal.
Le invitamos a ver el vídeo de cómo un guardián de vida cosecha el coco
Él no es el único en la zona dedicado al tradicional oficio de cultivar el coco. La Federación de Comunas Afrodescendientes de Esmeraldas dice que son más de 90.000 personas de 29 comunidades de la frontera norte, colindante con Colombia, que forman parte de esta cadena productiva que va desde el que hace la zanja para que no se ‘ahoguen’ las raíces del coco en el guandal, el que siembra, el que limpia la maleza, a la palma, el que corta el coco, el que lo carga en sacas, el que lo lleva en lancha hasta el revendedor, que espera —sin mojarse— en tierra. Todos ellos hacen posible que el coco siga viviendo, pese a tener un enemigo que lo asecha: el cucarrón, un pequeño animalito que seca a las palmeras desde sus entrañas.
“Antes se sacaban más de 20.000 cocos mensuales, solo acá en El Progreso, ahora no creo que lleguemos a 5.000”.
Arquímedes habla con algo de bronca y resignación del cucarrón, dice que es una plaga que “molesta, que destruye todo, que nos está jodiendo”. El 77,26% de la producción de coco en Ecuador sale de Esmeraldas; le sigue Manabí, con el 18,72%. Tras calmarse, lo invitamos a soñar. Le decimos que somos unos magos y que le podemos conceder el más grande sus deseos. Él, con la nobleza del hombre de campo, solo pide que ese ‘mago’ le dé más coco sin peste. Insistimos que puede pedir más. Ahora dice que máximo le dé unas cuantas hectáreas de cacao, que ya no pedirá más, que ya tiene 62 años. Y nos aclara que ni se nos ocurra darle un deseo de irse a vivir a la ciudad, porque “allá (en la ciudad) la gente vive encerrada y se muere rápido”, comenta, mientras deja ver una sonrisa de privilegiado y de estar en un lugar donde su machete es usado para actividades del campo y no para agredir a otro ser humano.
“Acá un coco grande lo vendemos en 50 o 60 centavos, en la ciudad creo que los venden hasta en un 1,50 dólares”.
“El aceite de coco sirve para el acné de la cara y también para aliviar el estreñimiento de las personas”, María Borja vendedora de coco en el mercado.
“El agua de coco tiene una grasita que le protege las vías urinarias, por eso hay que tomarla”, Julio Hidalgo, vendedor de agua de coco en Esmeraldas.
Le invitamos a mirar fotografías de las actividad del coco en la frontera norte.