El esmeraldeño logró pasar de lustrabotas a sargento. Ahora sus hijos son profesionales y conscientes de la lucha de sus padres.
Migrar de una provincia como Esmeraldas a Quito, la capital del Ecuador otorga una mezcla de sentimientos. Rodrigo Realpe se debatía entre la nostalgia de abandonar su ciudad y la esperanza por salir de la pobreza. Por más de 25 años trabajó arduamente en medio de una sociedad que le recordaba su origen afrodescendiente a él y a su familia. Sin embargo, con apoyo de su esposa e hijos obtuvieron salud, vivienda y educación, todo lo que les faltaba.
Desde niño supo que debía esforzarse porque la economía de su madre al ser lavandera y su padre estibador de banano no alcanzaba para mantener el hogar. Tener una comida al día o máximo dos lo llevó a trabajar de lustrabotas entre las calles Quito y Colón, centro de la ciudad de Esmeraldas. Ese dinero le servía para su colación de la escuela y ayudar a sus hermanos. Después de vivir tanta escasez, se prometió a sí mismo que, al terminar el colegio, conseguiría un trabajo que le brinde estabilidad económica.
Digna Castillo llegó a su vida y se convirtió en su esposa. La primera opción fue hacerse militar porque aspirar a la educación superior era un lujo que no se podía conceder. En sus 23 años de servicio a la milicia llegó al rango de sargento primero, donde soportó racismo por parte sus superiores, revela.
Le invitamos a mirar el vídeo de Rodrigo Realpe.
Llegaron los préstamos
El matrimonio decidió cambiar de provincia para surgir y que la historia de pobreza no se repita con sus hijos. Eligieron Quito por las oportunidades laborales y educativas; sin contar que el estigma social por su color de piel sería de gran impacto. Los estándares de vida en una metrópoli eran distintos al lugar de donde venían.
Rodrigo decidió endeudarse con varios préstamos bancarios para obtener una vivienda propia. Su esposa iba a pintar uñas a las mujeres pudientes del norte de Quito y sus hijos salían del colegio a trabajar en la construcción de su nuevo hogar.
La vecindad estaba en total desacuerdo que tengan a “personas negras” como moradores.
Según Digna, en las instituciones educativas existían las constantes burlas del color de piel de sus 5 hijos. Todo estaba en su contra, sin embargo, no vieron como opción regresar a Esmeraldas. Se dedicaron a trabajar e inculcarles a sus hijos que la educación y el esfuerzo es la única salida para librarse de las carencias.
La vida les cambió
En la actualidad, tienen una propiedad donde encontraron como modelo de negocio alquilar a otras personas. Obtuvieron su primer vehículo y sus hijos varones se hicieron profesionales. Su hija menor, Elizabeth Realpe, será la primera en obtener un título de tercer nivel. Así se cambiará la historia para las futuras generaciones de la familia de Rodrigo. Para ella,
todos los afrodescendientes académicos tienen la responsabilidad de ayudar a su pueblo.
Aunque el racismo no acaba en Quito, Rodrigo está más tranquilo porque cumplió su promesa. A largo plazo, le gustaría regresar a vivir a su amada Esmeraldas. Solo espera que los gobiernos se apiaden de su provincia y controlen la violencia. «Separarse de la familia es muy duro», aclara. No obstante, el esmeraldeño recomienda que a todos los que se atreven a migrar salgan con una meta establecida, trabajen duro y nunca se olviden de donde vinieron.
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Colaboración: Elizabeth Realpe, estudiante de periodismo de la USFQ.