Su ombligo está sembrado en Yolombó, fue la confesión de Francia Márquez Mina, durante una entrevista a Gatopardo, revista mexicana. De golpe me acordé que, gracias a Dios, también fui ombligado en el sector que después se llamaría Parada 10, ciudad de Esmeraldas. Ahí está sembrado mi ombligo. El rito tiene un alto significado, porque premonitoriamente se quiere que el recién nacido, no tanto sea feliz, más bien sea persona útil a la comunidad con un conjunto de virtudes.
En el caso de este jazzman, el trocito de cordón umbilical fue enterrado al pie de un árbol de guayacán y con sus hojas se tapó la herida del corte. Son las cualidades físicas del árbol que deberán acompañar para siempre el andar del ombligado. Es más, en mi caso, doña Hilaria Escobar, mi madre, solía recordármelo admonitoriamente: “no sea flojo, que usted no fue ombligado con obo”. No sé si alcancé sus expectativas y las de don Benito Montaño.
Los procesos civilizatorios de las comunidades afropacíficas colombo-ecuatorianas han sido afectados por el positivismo de la modernidad eurocéntrica, para privilegiar aquello que se establece como verdad cultural única e incuestionable. Dejémonos de tanta vaina seudo académica, las mitologías son renuevos, reinicios, reinventos o reinterpretaciones del humanismo de los pueblos.
Aunque a las mitologías las convierten en sinónimo de mentira, estúpido error, es mucho más el aporte al esfuerzo cognitivo en la educación ética de las personas. Y de las comunidades. Sin dudas, hay distorsiones irracionales, pero aquellas no invalidan hechos y narrativas. En fin, no hay pueblo que no tenga sus rituales mitológicos de fortalecimiento nacional.